Más de 1.500.000 personas rechazando la tiranía nacionalista en las calles de Barcelona, con cánticos espontáneos como «¡Puigdemón, a prisión!» y «Som catalans i espanyols!».
Adjuntamos el bello testimonio de un participante de la provincia de Gerona, muy representativo del sentir general. Para evitar represalias, preservamos su anonimato.
CRÓNICA DEL 8 – O (PRIMERA PARTE)
He de confesar que experimenté cierta decepción al llegar a la estación de Figueras. Porque, miren, la semana pasada el punto de inflexión en mi estado de ánimo se había materializado al ver a aquel grupo de 20 o 30 chavales en la Plaza del Ayuntamiento, agitando banderas españolas, cantando lemas diversos con total desinhibición y pintando en el suelo, con un spray, un remedo torpe de bandera rojigualda sobre aquella otra pintada, mucho más sofisticada, que exigía la retirada de la bandera española del balcón del Ayuntamiento. Todo eso fue el martes, el día de la huelga institucional, el día en que una multitud independentista salió a la calle a protestar contra «el Estado opresor». Y todo eso ya lo conté, en aquella crónica-alegato que titulé «El rumor de los desarraigados», con la que pretendía, también, hacer un guiño al ensayo homónimo de Ángel López (ya saben: el rumor de los desarraigados sería la koiné española, lengua común desde el siglo X, lo que actualmente conocemos como «castellano»). Además, la noche del sábado, justo cuando estaba acabando de mirar trenes, combinaciones y recorridos, vi el vídeo de unos chavales —quizás los mismos que el martes— encaramándose a la estatua de Narcís Monturiol, en la entrada de la Rambla de Figueras, y quitando la bandera independentista para colocar la española. Aquello fue otra inyección de moral en vena, como quien dice.