Lo que no puede ser una «casa común de la izquierda»

Casa Común de la Izquierda 1

¿Se juntan cuatro personas de izquierdas y qué hacen? Cuatro partidos políticos distintos pero un único lema: la «casa común de la izquierda». Este simpático gracejo fruto de mi inspiración viene al caso, aparte de para demostrar de nuevo mi ingenio, por la nueva creación de otra casa común de la izquierda: Construyendo la izquierda. El lema de su primera asamblea, sin embargo, ya no puede ser más ñoño: «por un frente antineoliberal y de los pueblos».

En primer lugar, un movimiento político no se puede definir solo como contrario a algo, en este caso el neoliberalismo o lo que sea, a no ser por una alianza coyuntural a posteriori e haberse constituido. Se podría dar el caso de que entonces, por ejemplo, un fascista, un carlista, un democratacristiano o un liberal pudieran entrar en la constitución de dicho partido pues todos ellos son antineoliberales -a no ser, claro, que el término neoliberal se entienda como «todo aquello que no soy yo»-. Es decir, ser contrario al neoliberalismo no es ser necesariamente de izquierdas y, por tanto, ser antineoliberal no dice gran cosa.

El segundo punto, lo «de los pueblos», no hace sino el ridículo otra vez. Primero por lo que ya se presume como ñoño espíritu nacionalprovinciano: uno pertenece a su terruño. Segundo, porque ya puestos a ser paletos seamos coherentes y si existen los pueblos, se supone que de España –riau, riau- y del universo todo, debe existir también el pueblo español -riau, riau otra vez-. En fin, sería un lío incluso para un espíritu paleto: demasiado pueblo hasta para Paco Martínez Soria. ¿Por qué no hablar entonces de ciudadanos o de personas? Porque, a al fin y al cabo, la casa común se construye siempre desde la tontería común.

Sin embargo, en realidad, esto no es más que una anécdota y el problema real es de fondo. Efectivamente, el problema es explicar por qué cada izquierdista –bueno, a veces de dos en dos- necesita fundar su propio partido. Como nosotros huimos de las explicaciones exclusivamente psicologistas, esas que únicamente tienen en cuenta determinados factores de la personalidad de los individuos, tendremos que buscar una plausible explicación ideológica en la idea que tiene la izquierda de lo que es un partido político.

Para el espíritu izquierdista un partido no es un instrumento formado por individuos que busca una efectividad concreta, sino una congregación de fe: una esencia. Cuando se genera un partido partiendo de la idea de efectividad lo que se intenta es buscar los intereses comunes y las tácticas o estrategias para defenderlos y desarrollarlos: todo ello a través de un acuerdo entre sus miembros. Así, estos partidos no pretenden un acuerdo absoluto en todo sino solo en los mínimos pactados y las formas para conseguirlos. Son, si se quiere decir, partidos a corto plazo que se renuevan de acuerdo a los intereses concretos de sus integrantes permitiendo que sean muy adaptativos a las nuevas circunstancias y, a la vez, dando una gran libertad de acción a sus integrantes para ejercitar su libertad individual. El partido es básicamente un instrumento y no una esencia: no existe el partido.

Frente a ellos, los partidos tradicionales de izquierdas, y los nuevos son ya viejos, lo que buscan es una organización esencial con una cosmovision -nota: hubiera puesto Weltanschauung que siempre queda mejor, pero nunca supe escribirlo- que determine, cuando menos, una nueva sociedad, un nuevo hombre –hubiera escrito y una nueva mujer, pero no sé escribirlo- y un nuevo mundo. Y por supuesto, eso lleva hasta a hablar del corte de pelo realmente revolucionario –nota: estoy comiendo en el VIPS y de pronto un camarada o compañero, yo les llamo señores, del sindicato me ve, se acerca a saludar y me pregunta: «¿cómo puede alguien de izquierdas llevar corbata?»-. Así, es imposible.

Suena a burla fácil pero no lo es. El auténtico problema de la izquierda en la constitución de sus partidos … es que éstos no se forman como la unión de una serie de individuos que se unen para defender más eficazmente sus intereses concretos, sino como una congregación de iluminados que no solo saben qué no les gusta y qué reformarían en concreto sino también cómo debería ser el mundo justo hasta el final de los tiempos en sus más mínimos aspectos: piensan en la futura revolución. Así, es imposible llegar a un acuerdo mayoritario porque la idea que subyace es que el partido como movimiento político debe legislar cada momento de la vida presente y venidera: el partido es una iglesia. Y esto se ve muy bien en como los partidos de izquierdas han ido asumiendo ideologías, que no soluciones concretas, hasta llegar a ser una especie de tienda de los chinos: socialistas, ecologistas, feministas, federalistas, laicos, republicanos, … Nada puede faltar en el mundo del mañana aunque el de hoy sea pobre.

Así, y de acuerdo a este proyecto de partido, la casa común de la izquierda no solo es imposible por su amplitud de miras, en realidad su espíritu de vigilancia orwelliana, sino que cuando se forma es peligrosa: esconde sus muertos en el sótano justo debajo del huerto ecológico. Y lo es por lo siguiente.

Primero, porque una casa común de izquierdas, constituida tal y como acabamos de analizar, implica necesariamente que quien no esté en ella será considerado como traidor a la causa –no es de izquierdas- pues no es alguien que discrepe solo de la táctica a seguir o de ciertos aspectos concretos, sino del gran ideal y de la esencia: es un hereje. Efectivamente, la casa común de la izquierda ya no define un grupo determinado con objetivos concretos sino el propio ideal de la izquierda: quien no esté ahí no es de los nuestros -al fin y al cabo, esa ha sido la historia de los distintos partidos comunistas-. De esta forma, esa aparente pluralidad de ir añadiendo adjetivos no esconde sino el totalitarismo: cada individuo debe ser todo lo que aparece en la definición. No se trata, por tanto, de un acuerdo concreto y puntual, sino de una esencia. Y una esencia implica ser así y no de otra manera.

Segundo, porque así es imposible construir un lugar de debate. La petición de principio no son unos mínimos, sino unos máximos: la sociedad futura y la definición de quiénes somos. Así, el debate está viciado de antemano pues la petición de principio es en realidad el final. Para la construcción de una casa común se debería empezar por lo más sencillo, qué hay que reformar y los mínimos, y sin embargo se empieza por los máximos: la esencia de ser algo en concreto y de ahí tanto interés en ser socialistas, ecologistas, laicos, federales y demás. De esta forma, la casa común es, como ha demostrado la historia por otra parte, la cárcel común: quien no cumpla la definición corre peligro.

Tercero, porque los partidos de izquierdas aún no se han liberado de su carga leninista ni gramsciana.

Leninista en cuanto a considerarse no solo como grupos sociales coyunturales y por lo tanto con una necesidad periódica de pacto, sino esencialmente como vanguardia del proletariado. Esto, que puede parecer exagerado y ya no ocurrir, tiene su traslación dospuntocero en la cantidad de blogueros que hablan, por ejemplo, ya no en su nombre sino en el de la clase trabajadora.

Pero el drama es que Gramsci, que suena más moderno y en el que ahora se amparan, es igual –o peor-. Efectivamente, en los partidos políticos de izquierdas todavía resuena la idea leninista de vanguardia del proletariado. Pero, los partidos políticos más modernos, contemporáneos en realidad, siguen el directorio de Gramsci y se componen desde la idea gramsciana de la hegemonía: la creación de una serie de ideas y creencias que se constituyen como sentido común. Y aquí viene el rollo porque es necesario.

Para Gramsci la idea de hegemonía cultural es que la dominación social no solo es una dominación económica a la fuerza y desde una imposición violenta, sino que es ideológica pura: la gente la admite desde sus creencias. Esto es posible porque se ha educado –o socializado- a la gente de una forma determinada y esta acepta que el mundo, el dominio social en realidad, debe ser así: se conforma un sentido común que es pura ideología. Por ello, la clase dominante domina no solo por el ejercicio de la violencia sino también por el convencimiento ideológico creando un sentido común popular que coincide con la defensa del statu quo. Hasta aquí Gramsci es muy interesante.

El problema surge, y para ser justo, en Gramsci es un problema histórico comprensible en él, pero su perpetuación es errónea, con la solución dada: el partido generará una nueva hegemonía cultural. Así, el partido pierde su carácter de asociación de individuos para convertirse en un mesías, no en vano su modelo es la Iglesia Católica. El partido educa al pueblo y le guía. De esta forma, el partido de izquierdas, la casa común de la izquierda, pasa de ser un hogar a una cárcel pues acaba dirigiendo ya no solo la acción política sino incluso el pensamiento. El partido toma el rango de escuela filosófica. Mejor aún, de iglesia porque la racionalidad queda perdida. El partido pasa a ser el sujeto exclusivo de la acción política y sociocultural y los individuos lo obedecen. Y quien no crea lo que dice, no cumple con la historia.

Todo esto puede parecer que hoy en día que no se cumple, pero todo esto explica la causa por la que cada pocos años … surge algo que busca ser la casa común de la izquierda. El problema está en la idea de fondo sobre la cual se construye el movimiento político-su construcción como sujeto esencial de la política-, y que impide que la gente menos dogmática pueda integrarse cuando debe asumir tantas ideas a priori que subyace a cada discurso.

Alguien podría gritar: ¡eso son principios! Pero, solo los idiotas y los fanáticos toman por principios las conclusiones.

 

Enrique P. Mesa García. Título original:  «La casa común (otra más) de la izquierda».

Fuente: http://epmesa.blogspot.com/2012/08/un-programa-de-izquierdas5-la-casa.html

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