Contra un Bundesrat español – El País

Enric Martínez-Herrera y Félix Ovejero

Alemania, de lejos, es una maravilla. De cerca, la cosa cambia. En pocos meses, el fraude de Volkswagen, los activos tóxicos del Deutsche Bank o la truculenta talidomida han confirmado que tampoco hay para tanto. Con el Senado sucede algo parecido. También nos fascina y, sin embargo, de cerca, el “modelo alemán” presenta bastantes sombras. Para empezar, ni es un modelo diseñado para problemas territoriales, ni es alemán, al menos en su gestación: fue impuesto por los aliados a una Alemania derrotada tras la II Guerra Mundial con el propósito apenas disimulado de minar las instituciones (y la ciudadanía) a escala nacional.

Los entusiastas deberían reconsiderar su propuesta de que, al modo de la cámara alta alemana (que nadie llama Senado, sino Bundesrat o Consejo Federal), donde los consejeros son delegados de los Gobiernos territoriales, nuestros senadores sean elegidos por los Gobiernos autonómicos en lugar de por los ciudadanos. Si lo que se busca es la capacidad de gobierno y la participación, resulta improbable que un Bundesrat español mejore las cosas respecto a la situación actual. Antes al contrario, hay razones para pensar que agravaría problemas que ya padecemos, como la ineficacia, la desintegración política y el choque institucional.

Empotrar Gobiernos pensados para las autonomías en la gobernación nacional no mejora la representación de los ciudadanos por territorios, objetivo de los modelos federales, o la cooperación entre administraciones, realizable mediante Comisiones Sectoriales y una Conferencia de Presidentes como en Canadá. En un país con siglos de integración económica, cultural y política como España carece de sentido equiparar el gobierno de todos a una agregación de parcelas. Al menos, si nos interesan la genuina participación, la eficacia de la gestión y la legitimación de las decisiones.

Ilustración Contra Budesrat español - Raquel Marín

Seguir leyendo